Cuando el mundo contemporáneo parece haber perdido todas sus certezas, el ARTE se nos presenta como un mundo que, en sí mismo, ofrece sentido ante una realidad diluida y carente de modelos. Frente a la supuesta muerte del arte, la modernidad buscó convertir la vida misma en una experiencia estética, borrándose así las fronteras entre objeto artístico y objeto de uso. Las consecuencias se proyectaron sobre las acciones humanas y obligaron a replantear las relaciones entre Ética y Estética, una cuestión en la que la Filosofía ha desempeñado un papel determinante.
Sin haber resuelto el problema, la Postmodernidad quiso obviar estas cuestiones negando a la obra de arte su capacidad para ofrecer caminos hacia el conocimiento amparándose en la banalidad y la ironía para compensar la ausencia de fines. Si tenemos en cuenta que en el Arte confluyen razón, sensibilidad, espíritu y mundo físico, encontramos un espacio idóneo para la reflexión acerca de las posibilidades de la experiencia humana, y esa es una cuestión que ha interesado a la Filosofía a lo largo de toda su historia.
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